Caminando no tan desprevenidamente como uno debe hacerlo por un territorio desconocido, miraba de lado a lado. Recordaba aquella vez que solamente preguntándome la hora, un niño que probablemente no tenía más años que yo, sacó un cuchillo y me dijo con una voz bastante asustada “deme su reloj, su celular y la plata.” Él muy querido, además de dejarme los papeles, ya que volverlos a sacar cuesta una fortuna, me dejó $2000 para que pudiera coger bus.
De nuevo volviendo a la relidad de mi rápido caminar, me encontré con una mirada temerosa y una cabeza que movía sus orejas como un perro cuando escucha sonidos que no puede identificar. Si bien este no era mi territorio y probablemente el de ella tampoco, me di ella tenía miedo igual que yo. Y lo peor no era eso, tenía miedo de mi.
Ella se movio un poco hacia mi izquierda para alejarse y sentirse de nuevo un poco más segura. Yo, que tengo todavía cara de niña, no podía creer lo que esta situación me estaba mostrando. Y pensé, ¿quién tendrá más miedo, ella o yo?
Me duele mi ciudad, en la que no pueda caminar tranquila porque siempre va a haber un huevón ventajoso que te querrá quitar lo poco que tienes. Tenemos que darnos cuenta que los buenos somos más. Tenemos que ser más fuertes que ellos. Creo que debemos dejar de caminar mirando hacia abajo, y empezar a mirar al rededor. El subdesarrollo es un estado mental, y además es un estado egoista.